lunes, septiembre 25, 2006

Es un buen tipo mi viejo

Cuanto tenía 15 años me tocó pasar un fin de semana en un encuentro cristiano de jóvenes (síp: fui un cristiano devoto aunque cueste creerlo). Uno de los hitos de ese encuentro fue recibir carta de mis padres. La carta de mamá tenía 3 páginas y era muy expresiva y cariñosa, tal como es ella.

La carta de papá sólo tenía 4 líneas. Esa carta me conmovió profundamente.

Yo conozco a mi padre. El no fue educado en la ternura ni el cariño, sino en la soledad y el trabajo desde muy pequeño, sin saber lo que es tener una real familia. No hubo en su vida un padre cariñoso ni una madre abnegada. Nadie le enseño a jugar ni a decir lo que siente. Por eso me conmovieron sus 4 líneas. Al leerlas supe que esas líneas le habían costado mucho, que había estado un par de horas pensando qué escribir, qué decirme, cómo decírmelo.

Cuando yo era niño, papá nunca fue muy cariñoso. Mas bien sus temas eran la disciplina, el trabajo, la responsabilidad. En esa época, los padres modernos no estaban de moda aún y no estaba integrada la importancia de pasar tiempo de calidad con los hijos. Papá iba al trabajo de lunes a sábado a las 6:30 de la mañana y volvía a las 10 de la noche muy agotado, malhumorado, agobiado por la falta de plata y con su espalda adolorida. No podía ni quería tener que lidiar con los niños y sus notas, sus maldades durante el día ni los materiales que había que comprar para alguna actividad del colegio, menos asistir a una reunión de apoderados a discutir tonteras.

A pesar de eso, de que no estuvo muy presente ni fue muy cariñoso, nada me faltó. Papá nos ha dado todo lo que ha podido: Nos dio su juventud y sus mejores años los pasó trabajando duro por nosotros y para nosotros, nunca para él. Él siempre fue el último en comprarse zapatos o ropa, en darse un gusto.

A mi me enseñó el valor de la honestidad, del trabajo, del esfuerzo, de la perseverancia, la rectitud. Lo importante que es ser un hombre bueno, leal, decente. Que no importa ser pobre, que no es excusa para dejarse perder. Es difícil resumir todo lo que aprende uno de su papá.

¿Por qué escribo todo este discurso?

Porque quiero que todos sepan lo orgulloso que estoy de mi viejo, lo importante que ha sido en mi vida. Quiero que él y todos sepan lo mucho que lo quiero y lo contento que estoy de tenerlo conmigo. Quiero que sepa que todos los días pienso en él y me esfuerzo por ser digno de todo el sacrificio que ha hecho.

Quiero que lo sepa hoy, ahora, en lugar de esperar a que sea demasiado tarde para decírselo.